por Rafael Salido
WASHINGTON, Estados Unidos.- Lejos de los libros y del polvo que se acumula en las estanterías, un grupo de abnegados empleados de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos dedica su tiempo libre a recorrer manifestaciones con un único propósito: localizar pancartas que en el futuro sirvan de testimonio de una era.
“Es un salto de fe”, explica a EFE Katherine Blood, conservadora del departamento de Grabados de esta institución, que entre sus muros alberga más de 39 millones de libros, 72 millones de manuscritos, 5,6 millones de mapas y, por supuesto, miles de carteles.
Esta emblemática institución se enorgullece de ser, según reza su página web, “el registro más completo del conocimiento y de la creatividad humanos”, por lo que no resulta extraño que una de sus misiones sea recopilar obras que sirvan para entender la realidad de un momento histórico determinado.
Lo que resulta sorprendente es cómo algunos de estos objetos llegan a ganarse un hueco en este Olimpo del recuerdo.
“Algunos los compramos, otros son regalos… y unos pocos los recuperamos de los contenedores. Es lo que llamamos ‘dumpster diving’ (buceo de contenedores)”, comenta Blood con una amplia sonrisa en los labios y una cierta picardía en los ojos.
Para ello, estos singulares bibliotecarios no dudan en salir a la calle y sumarse a los manifestantes que, con cierta frecuencia, toman las calles de esta ciudad, bien sea para defender los derechos de la mujer o para rendir pleitesía al presidente Donald Trump.
“Una vez -rememora Blood- estaba hurgando en una papelera a la entrada del metro cuando apareció una colega, bajando las escaleras, que al verme exclamó “¡Katherine, qué diantres estás haciendo!”, confiesa entre risas esta conservadora, antes de concluir con orgullo: “Recopilé unos seis carteles, limpios”.
Tal es la dedicación y el cariño que ponen en su misión que, con el paso del tiempo, son muchos los compañeros, familiares y amigos que se han sumado a la causa.
Para facilitar la entrega, Blood y su compañera, la también conservadora Martha Kennedy, han instalado una cajonera en la que se pueden depositar obras, con información sobre el lugar y la fecha en que fueron localizados.
Según cuenta Kennedy, este es un recurso muy utilizado por “los compañeros más jóvenes”, pero no es el único medio por el que un buen samaritano puede participar en esta peculiar colecta que no conoce fronteras.
“Apenas teníamos nada del brexit -lamenta Kennedy-, así que una vez que mi marido estaba en una conferencia en Londres, coincidiendo con la gran marcha contra el brexit, le pedí que si veía algún cartel, por favor, lo trajera a casa… Y lo hizo. Está un poco machacado ¡Pero al menos tenemos uno!”.
El estado de la obra, como es lógico, es un factor importante a tener en cuenta antes de que una pieza sea admitida por una institución que recibe cada día unas 15.000 piezas que aspiran a hacerse un hueco en sus estantes. Pero no es el único.
“Tenemos que intentar anticipar cuál será su interés para los investigadores. Qué querrán ver, qué querrán explorar. En definitiva, qué tendrá un valor histórico”, aclara Kennedy.
La colección cuenta con piezas que ya son todo un símbolo, como el cartel de “Black Lives Matter” (“Las vidas negras importan”), compuesto por un sobria tipografía de palo seco blanca sobre fondo negro; o auténticas obras de arte, como los carteles de denuncia social elaborados por Shepard Fairey, famoso por su retrato en tres tonalidades del expresidente Barack Obama (2009-2017).
Algunos de estos trabajos, de hecho, forman parte de la exposición “Art in action” que estos días ofrece a quienes visitan la Biblioteca del Congreso un recorrido por obras de marcado carácter social de artistas, como el español Francisco Goya o el mítico caricaturista del periódico The Washington Post Herbert “Herblock” Block.
Blood aclara que el catálogo también incluye piezas más humildes, elaboradas a mano, por simples ciudadanos cuyo mensaje es suficientemente mordaz o significativo. De esta manera, cualquier persona que salga un día a la calle a protestar puede acabar dejando su impronta -y su nombre- en los anaqueles de la historia del país.
“El auténtico ‘home run’ (jonrón en español) es conseguir una pieza que destaque por su contenido y por su valor artístico. Pero la clave es recolectar obras que acaben teniendo un valor histórico y cultural duradero. Ese es el salto de fe”, sentencia Blood.
EFE